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ROLÁNDOLA: OZZY Y YO

  • ALEJANDRO BLANCA
  • 9 sept
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 13 sept

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Pancho. No recuerdo dónde se realizó la reunión pero fue en Contreras, no en el Pedregal, de donde venía Francisco Godín Ruiz, Pancho para todos, un niño rico castigado en escuela pública por desmadroso. Creo que en esa ocasión su mamá pasó por él, como sucedía siempre con estos niños cuando las pachangas no eran en sus palacios, grandes casas ubicadas en privadas fortificadas aisladas del mundo exterior. Los demás nos movíamos en camión o en pesero, aún en las fiestas, durante los fines de semana.


La tardeada fue organizada debido al cumpleaños de la anfitriona, quien vivía cerca del deportivo del barrio, en una calle con casas de clase media, de dos  o tres pisos y patio, a unos pocos minutos de mi casa en pesero. Ese día llegué tarde y la sala y el comedor estaban llenos y la música.


La reunión prendió de inmediato gracias al moderno sistema de sonido rentado para la ocasión y los éxitos del momento repetían una y otra vez a un volumen alto, lo que obligaba a los presentes a acercarse para platicar. O de plano, “los empuja a bailar awuevo”, como se decía, sobre todo entre tímidos, penosos y rebeldes.


Un viejo truco para juntar parejas que ya había visto yo de niño durante las fiestas estudiantiles organizadas en mi casa, sirvió desde el primer compás: al final de la velada había ya nuevas parejas, algunas duraron poco, pero otras trascendieron al tiempo.


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Hubo de todo en esa tarde: Algunos se contentaron con la manita sudada; otros se vieron despues en parques, cines o cafés; varios hallaron una química exclusivamente sexual; unos -pocos- pegaron chicle para construir relaciones formales, serias, contenidas, incluso ya bien organizadas desde entonces, como para el altar. Pero sólo era el inicio. El cuchi cuchi de la pachanga combinaba voces femeninas y masculinas en tonos entrecortados, temblorosas de la emoción, entrelazadas en noviazgos sonoros que mantenían un peculiar calor en la reunión, avivado todo el tiempo por hormonas agitadas, cuerpos inquietos y mentes prolíficas en imaginación.  


Sin embargo, él se robó toda la atención.


Así acostumbraba cuando llegaba inspirado, debido a una explosiva y vulgar simpatía: cabello revuelto, largo al límite del reglamento de la secundaria, chaparrón, blanco y macizo, tenía cierto ritmo, cierta gracia que recordaba a un bailarín de tap. Sus ojos siempre estaban incendiados excepto en la escuela, durante las clases, cuando perdían luz y vida y su mente huía, quién sabe a dónde...


Descansaba cuando sonaba la chicharra y, si uno se fijaba bien, podía verle transformarse poco a poco, conforme abandonaba la escuela. Entonces se sentía libre y era otro: Erguido, pisaba firme y dominaba el cuadro con su propia y recién liberada personalidad; la mirada brillaba con diferente independencia, como un ente de otro planeta, y levitaba entre chistes ligeros y risas contagiosas, como en esa ocasión, cuando nos tenía atrapados a todos.


En esos momentos era capaz de cualquier cosa y arrasaba…

-       Hey, oigan, esto es nuevo, dejen lo pongo…, dijo de repente, entre el baile y el romance, mientras se repartían los emparedados y las bebidas, algunas clandestinas (que sólo se debían solicitar al encargado de la barra y a nadie más…).

“All aboard…, jajajaja…”, explotó un grito demente, que fue seguido inmediatamente por una metralla sonora poderosa…, eléctricamente inevitable: Fafafadofarefado..., fafafadofarefado….  

-       Jajaja, está chingón, ¿no?, dijo y comenzó a danzar alegremente, en medio de la pista de baile instalada entre la sala y el comedor, área ahora desocupada en gran parte, debido al almuerzo.

-       Jajaja, oigan miren a Pancho, como baila, exclamó una compañera, divertida y sorprendida: Solo, prendido con un sabor diferente, moviendo todo el cuerpo con calambres electro-metálicos, echaba relajo sin hacer caso de nadie, feliz y ya algo borracho, apartado de la algarabía del baile de hits y de los "típicos arrumacos, puras fresadas”, acusaba cuando le preguntaban acerca de esas cosas.


Pero esa vez algo le poseyó y se transformó en un ente pesados y elegantes que le otorgaron de poderes particulares, únicos, y se apoderó del sitio con pasión, como nunca.

-       “… Maybe, not too late, to learn how to love and forget how to hate…”, cantó en perfecto inglés, como generalmente lo hacen este tipo de chicos, de repente. La mayoría saltó asustada debido al grito totalmente desafinado.


-       “Mental wounds not healing, life´s a bitter shame, i´m going off the rails on a crazy train, i´m going off the rails on a crazy train…”, prosiguió ante la mirada de todos, incluso algunos adultos, lo cual le dio más energía….


-       “Heirs of a cold war, that´s what we´ve become, inheriting troubles i´m mentally numb. Crazy, i´m just cannot bear, i´m living with something´that just isn´t fair…”, coronó su actuación con una cuchareta que había agarrado quién sabe de dónde y que usó como micrófono durante la última parte de la canción, tras el espectacular requinto, Randy Roahds, que en esos tiempos era totalmente desconocido.


No lo sabía del todo, pero ese pedacito de la rola me atrapó como un anzuelo.

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Imposible escapar.


-       ¿Quién canta Pancho?, grité para hacerme oír. Ya empezaba otra canción y él comenzaba a agitarse al ritmo de la batería, sin pelar a nadie, clavado en lo suyo, en ese sentimiento eléctrico que significa el rocanrol, de cualquier latitud y era… -  Es Ozzy, Crazy Train de Ozzy Osbourne, ex cantante de Black Sabbath, dijo alegremente sin perder el hilo de pieza.


Le miré sin saber de qué hablaba pero no dije nada y me dejé llevar por las notas. Siguieron I don´t know, No bone movies y Goodbye to romance y otras. Si no mal recuerdo, aprovechó el momento de los sandwiches y, pese a las protestas de muchos, puso todo el disco (Blizzard of Ozz, 1981).


En el álbum, la banda se escucha liberada y explota como un volcán en erupción; la sección rítmica es siempre poderosa pero melódica; la guitarra, líder y rítmica a la vez, domina en toda la obra con riffs frescos y podeross; las composiciones son directas, clásicas e innovadoras a la vez, que son encabezadas con una voz conocida (con rolas como Paranoid), que ahí se escucha renovada.


No tenía remedio. Estaba atrapado…


No terminó todo el disco pues alguién puso el Feliz Cumpleaños con Pedro Infante y al final faltaron dos canciones, pero estaba ya rendido, perdido. Así que abordé a Pancho mientras saciaba su sed para sacarle información; él lo hizo con evidente gusto por haber "seducido a alguien más", dijo con picardía. No entendí entonces y no tuve tiempo para preguntarle pues unos minutos después llegó su Mamá, ya que estaba castigado -again, afirmó cuando alguien le preguntó, y únicamente le habían dado permiso para un par de horas.


Me quedé un ratito más, pero me aburrí pronto. Regresé caminando. Aún era temprano y una melodía totalmente electrificada prácticamente me empujó a casa.


Desde ese día, soy fan de Ozzy…  

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