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ROLÁNDOLA: Un sábado al mediodía…

  • ALEJANDRO BLANCA
  • 12 sept
  • 2 Min. de lectura
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Durante el primero o segundo recorrido, alguien me extendió un volante que anunciaba clases de guitarra. Lo guardé en un bolsillo, pues en ese momento las búsquedas –todas esas bandas y todos esos discos por conseguir, según las recomendaciones de la semana- y los intercambios –con particulares o con marchantes- estaban en su apogeo: Llevaba lo que no me había convencido para encontrar otras opciones más cercanas de mis gustos y, desde luego, dedicaba un buen rato a hurgar en los puestos oficiales, que por lo general ofrecían mercancía interesante, entre discos, casetes, libros, partituras, ropa alusiva a grupos y todo tipo de objetos, desde adornos varios hasta vasos o tazas conmemorativas.

También se vendían recuerdos relacionados con los protagonistas de la escena rocanrolera vigente, es decir, de 1962 (la explosión de la bleatlemanía) a esos años, fines de los años ochenta, durante una de la épocas de mayor diversidad en el género.


La verdad no recuerdo qué me llevé en esa ocasión (por lo general me hacía de varios casetes, un LP o un CD, partituras y una que otra prenda, sobre todo t-shirts), pero tenía un tesoro en el bolsillo.


Cuando revisé el anuncio de las clases, al finalizar esa sesión chopera, en uno de los extremos del tianguis, con un refresco y una gordita de chicharrón bien servida, me llamaron la atención varias cosas. Para empezar, los ganchos que utilizaba el pequeño papel para atraer a los verdaderos interesados pues con una miradita entendías lo que ofrecía: un método sencillo para descifrar los grandes clásicos de las leyendas del rock (algo así como un post comercial pre-whattsappiano).


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Asimismo resaltaba el cartel que la clase, práctica e inspiradora, diseñada por un sujeto de nombre Jarris, veterano de la escena rocanrolera local con Mistus, daba prioridad al trato directo entre el alumno y él, que tenía como fin sacar el mejor provecho de las jornadas y de las actividades programadas para la enseñanza musical, de acuerdo con las inclinaciones del individuo.


Por si fuera poco, señalaba, la clase estaba perfectamente controlada y detallada pues el profesor registraba los avances. Luego supe que usaba grandes libretas, con espacio considerable para el seguir el proceso de cada estudiante, por más largo que fuera.


Poco después llamé al teléfono del anuncio, para citarme con Jarris, quien solicitaba una entrevista para pre-diseñar las clases. Entonces, la visita al mercado solía ser semanal -por eso no estoy seguro del momento exacto en el que me dieron ese cartel.


En esa época, más o menos al mismo tiempo, no sé si en la misma visita pero por ahí, otra persona me dio mi primer cartel-calendario del “Lugar del Rock” en México, lo cual me marcó, como si hubiese verdaderamente encontrado al águila devorando a la serpiente sobre un nopal, como dice la leyenda.


Pero esa es otra historia…

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